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El escultor José Torné y su retrato de la Infantona


El pasado verano el ayuntamiento de Santander rindió homenaje a la figura del escultor sanluqueño José Torné Jiménez (1893-1965) y se da la circunstancia de que este mismo artista es autor de un inédito retrato de la Vizcondesa de Termens del que conocemos sólo unas fotos facilitadas en su día (2007) por Rosa Rivas y su marido Gonzalo Torné, nieto del artista.

Se trataría de un busto probablemente realizado en mármol blanco o vaciado en yeso, y que nos mostraría un retrato de Carmen Giménez, con el pelo corto peinado a lo “garçon” ligeramente ondulado y con flequillo, y en la que se observa claramente que seguía la moda y el estilismo imperante de los años 20. En aquellos años el pelo corto en la mujer era todo un símbolo de modernidad e independencia y con esta estética conocemos varias fotos de la vizcondesa de aquellos años.


Y poco más sabemos de este desconocido retrato, según nos comenta Rosa Rivas, investigadora de la obra de Torné, no se sabe el paradero actual de esta obra y las circunstancias de su realización. Solamente que la Vizcondesa de Termens sería persona amiga o conocida de José Torné y su esposa Caridad Cano en Sanlúcar de Barrameda, y que existiría una carta de la Vizcondesa de Termens dirigida a J. Torné y Cari (Caridad Cano) escrita desde el Santuario de la Virgen de la Sierra, el 21 de julio de 1924.



José Torné Jiménez habría nacido un 7 de julio de 1893 en el nº 58 de la popular calle de Santo Domingo de Sanlúcar de Barrameda. Estudió en el Colegio de Padres Escolapios de Sanlúcar y posteriormente en la Escuela de Bellas Artes de Madrid donde destacó en pintura pero sobre todo en escultura. Entre 1911 a 1920 trabajaría en Sevilla, y entre 1920 a 1939 residió en Sanlúcar desde donde regresó a Sevilla hasta 1943 donde trabajó como diseñador, escultor, pintor y decorador en la conocida fábrica de cerámica La Cartuja de Sevilla, Pickman S.A.

Después de la guerra, marcharía a Santander donde tuvo un taller de escultura y decoración, entre 1946 hasta 1965. Y sería en la capital cantabra donde Torné realizó su producción artística más importante, destacando la realización en 1949 de un gran mapa en relieve de Cantabria situado en la Plaza de las Brisas del Sardinero y que en 2012 ha sido sometido a una profunda restauración y por el que se le rendía homenaje el pasado mes de julio.

Sobre el manto verde de la Virgen de la Sierra


Se cumplen cien años del llamado “manto verde” de la Virgen de la Sierra, también conocido como “manto de la Vizcondesa” y es que, como hemos comentado en varias ocasiones, la devoción que Carmen Giménez Flores, vizcondesa de Termens (1868-1938), sintió a lo largo de su vida por la Patrona de Cabra fue realmente extraordinaria y este manto es otra prueba de ello.


La donación en 1912 de este manto formaba parte de un obsequio completo que incluía otras telas y alhajas para la imagen de la Virgen de la Sierra y el Niño, y se debía entender como un acto dadivoso como corresponde a una dama de alta posición y una demostración pública de su gran devoción a la Virgen de la Sierra. El manto de la Vizcondesa está confeccionado en terciopelo de Lyon de color verde y bordado a realce en oro fino, su diseño lo forma un salpicado horizontal de flores, y un motivo simétrico con roleos de hojas de acanto y flores en el centro que se continúa en una amplia cenefa que circunda el manto silueteado con un amplio y fino galón.

De esta donación consta una notificación de agradecimiento hacia la Vizcondesa expresada por el propio Ayuntamiento de Cabra y firmada por su alcalde, José de Silva Jiménez, y que quedaba así recogida en el acta de la sesión celebrada el día 7 de septiembre de 1912:

El Ilustre Ayuntamiento que tengo el honor de presidir, en sesión celebrada el día siete del actual, como legítimo representante de este pueblo, ha acordado que conste en acta el espléndido donativo de un manto y otras ricas prendas que la devoción de V., ha hecho a nuestra excelsa Patrona María Santísima de la Sierra, cuya ofrenda fue entregada por mí, como representante de la Corporación Municipal, a la Cofradía o Junta de Administración de la bendita Patrona.
Siempre entusiasta el Ayuntamiento de los actos de fe que los hijos de este pueblo tributan a Nuestra Señora de la Sierra, acordó igualmente que se notifique a V. la gratitud del pueblo mismo por su piadoso desprendimiento.
Al cumplimentar los expresados acuerdos, tengo el gusto de significarle la satisfacción con que esta Alcaldía ha intervenido en los actos realizados para la entrega del donativo, que, una vez más, pregona el acendrado cariño que a este pueblo profesa una de sus hijas.
Dios guarde a V. muchos años.



En la procesión oficial del día 8 de septiembre de 1912, la venerada imagen de la Virgen de la Sierra estrenó aquel nuevo manto verde, tal como se refiere en la crónica titulada “LAS FIESTAS DE LA SIERRA” publicado en La Opinión de 15 de septiembre y que firmaba J.C., que no era otro que Joaquín Cañero Espinar, conocido maestro de 1ª enseñanza y fundador del ahora centenario periódico. En su crónica Cañero comentaba que aquel nuevo manto, era en realidad uno más: “porque la Virgen tiene mantos mejores que éste” aunque, eso sí, recalcaba que debía ser un regalo “encomiado, no tan solo por mérito como obra de gusto, si no que también por la gran devoción que la donante revela tener a la venerada imagen, y al pueblo en que vio la luz primera.”


La polémica estaba servida y días después en las páginas del mismo periódico se publicaba la siguiente protesta en forma de “CARTA ABIERTA”:

Sr. Director de La Opinión/Cabra.
Muy Sr. Mío y de todo mi aprecio. Acabo de leer el número 20 de su ilustrado periódico, correspondiente al día 15 del actual, y en el artículo firmado por J.C. que se titula Las fiestas de la Sierra, dice: “Nuetra querida Patrona ha lucido este año en la procesión un precioso manto de terciopelo verde, bordado en oro, que la piedad de nuestra paisana, la Vizcondesa de Termens, ha donado.” Hasta aquí perfectamente, y no era necesario más; pero el articulista larga, a renglón seguido, y como comentario propio la siguiente impertinencia: “No diré yo que sea una prenda que llamé la atención por que la Virgen tiene mantos mejores que éste…”
Póngase V. Sr. Director en mi lugar y comprenderá, sin esfuerzo, que salva la intención del articulista, que no trato ni es mi ánimo echar a mala parte, el comentario no resulta, correcto; pues como ni mi Sra. hermana, la Vizcondesa de Termens, ni nadie de mi familia hemos dicho jamás que el manto fuera mejor ni peor que los que posee, a todos nos había de disgustar el que por el autor del artículo, ni por nadie, se establecieran comparaciones, simpres odiosas.
Y si el articulista se lamenta en el último párrafo de su crónica de que los resentimientos personales, y las quisquillas existentes se traduzcan en actos de indiferencia…” hubiera procedido mejor, y de manera más conforme con sus propias apreciaciones, omitiendo las palabras referidas; puesto que al público ya le consta el mérito de la ofrenda y la generosidad y la plausible intención de la donante que sólo y exclusivamente se ha propuesto hacer un obsequio a su Excelsa Patrona la Santísima Virgen de la Sierra, sin pujilatos ni competencias de ninguna clase (…)


La misiva fechada en Sanlúcar de Barrameda el 18 de septiembre, estaba firmaba por José Giménez Flores, hermano de la Vizcondesa y su principal valedor. Por su parte el periódico intentaba zangar la cuestión en Nota de la Redacción no admitiendo la malintención del cronista y rechazando las apreciaciones del autor de la carta.


Y es que aquella tibia polémica en realidad escondía los recelos que parte de la sociedad egabrense de aquella época mantenía sobre ciertos comportamientos personales y en este caso, la escándalosa, para muchos, relación que la Vizcondesa de Termens tenía con un miembro de la Casa Real. Recelos, reticencias y suspicacias de gentes que veían como una sencilla mujer egabrense rompía la rígida sociedad de clases y se convertía, por azares del destino, en una poderosa e influyente aristócrata, que llegó a ser una verdadera protagonista de la crónica social de una época en la que primaban la moralidad y las buenas formas, más que los sentimientos y las buenas intenciones.