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El Mausoleo de Joselito el Gallo.

El Rey Alfonso XIII frente al mausoleo de Joselito el Gallo, en el estudio de Benlliure.
Foto Serrano (ABC -Sevilla)

El pasado 16 de mayo, se cumplían 100 años de la muerte del torero José Gómez Ortega, "Joselito El Gallo".

Pese a su temprana y repentina muerte, a los 25 años, Joselito, hijo y nieto de toreros, protagonizó junto a Juan Belmonte, su gran rival, la verdadera "Edad de Oro" de la tauromaquia en España. 



Sucedió en la plaza de Talavera de la Reina (Toledo) cuando, el quinto de la tarde, aquel toro "burriciego" de nombre "Bailaor" empitonó a Joselito por el muslo atravesándolo hasta el vientre y lo lanzó al aire. Con los intestinos fuera, los miembros de su cuadrilla lo recogieron del suelo y se dirigieron con él a la enfermería donde llegó prácticamente muerto. 


Su hermano Fernando, le quitó la cadena al cuello con las medallas de la Esperanza Macarena y del Jesús del Gran Poder y una foto de su madre, la "señá" Gabriela. Y entre su mozo de espadas y el picador le cortaron la coleta trenzada de pelo natural en un gesto de despedida al maestro. Ignacio Sánchez Mejías, llegó al poco rato, le entregaron la coleta, que besó y acercándose a su cama, le acarició la frente y … comenzó a llorar. 


Después de amortajado, el cuerpo fue instalado en un féretro que se trasladó por tren a Madrid. Hubieran querido llevarlo inmediatamente también en tren hasta Sevilla, pero el numeroso público congregado en la estación lo hizo imposible. Se decidió entonces llevar el cadáver a su casa de Madrid en la calle Arrieta, junto a la Plaza de Oriente. Durante la noche el cuerpo de José sería velado por los miembros de su cuadrilla y muchos toreros, entre ellos Belmonte, Machaquito y Vicente Pastor. El Rey conocedor de la noticia remitió a Sevilla un sentido telegrama. 


Al día siguiente saldría el ataúd en un coche fúnebre tirado por caballos negros adornados con penachos blancos, amarillos y negros, hacia la estación de Atocha. A su llegada a la Estación sevillana de Plaza de Armas, un gentío acudió a su encuentro junto a infinidad de representaciones, instituciones y el alcalde de Sevilla. 


Organizado el cortejo, se puso en marcha siguiendo un itinerario acordado hasta llegar a la Catedral donde se realizarían las exequias. Al pasar el féretro por la plaza de la Campana, una lluvia de flores cayó sobre la comitiva fúnebre como cuando por allí pasan los palios en Semana Santa. Después tendría lugar uno de los momentos más emotivos de aquel sepelio, cuando el féretro entró en el templo de San Gil, para despedirse de la Esperanza Macarena. Los hermanos de cofradía, en señal de dolor, encargaron a Juan Manuel Rodriguez Ojeda que vistiera a su Dolorosa de luto, aquella  a quien llevaba las "mariquillas", esmeraldas engarzadas en oro, que Joselito le compró en una joyería de París. 


A su llegada al cementerio de San Fernando le esperaban miles de personas. Entre la multitud destaparon el ataúd, con la idea de que la gente le diera el último adiós al maestro; pero rápidamente lo volvieron a tapar y se optó por darle inmediatamente sepultura. El cadáver de Joselito presentaba evidentes señales de descomposición.

De esta forma nacería la leyenda de "El Gallo", el que para muchos es el matador más completo de la historia de la tauromaquia… y que inspiraría al maestro escultor valenciano Mariano Benlliure, que dicen que asistió personalmente a aquel entierro.

Meses después por encargo de su cuñado y torero, Ignacio Sánchez Mejías, Benlliure proyectaría un mausoleo donde reposarían para siempre sus restos en el cementerio sevillano de San Fernando. 




Modelado en barro como don Mariano siempre hacía, después sería vaciado en bronce y la figura yacente de José, tallada en mármol de Carrara. La obra está firmada M. Benlliure, junto al nombre de los fundidores Ferrero y Mir de Madrid.




Benlliure representa en este monumento funerario,  un expresivo cortejo fúnebre con 18 figuras que transportan a hombros y acompañan el féretro abierto con la imagen del torero sevillano. Entre las figuras se reconocen familiares y personajes del mundo taurino de la época: miembros de la cuadrilla de Joselito, la gitana María de las Cartas que encabeza la comitiva, el Duque de Veragua en representación de los ganaderos, y un desconsolado Ignacio Sánchez Mejías que clama al cielo. 


Esta maravillosa obra se presentaría en su estudio de Madrid a finales de 1924. Un año después se expondría en el antiguo Palacio de Bellas Artes de Sevilla, hoy Museo Aqueológico, y finalmente se instalaría en abril de 1926 en el sitio que todos conocemos en el cementerio hispalense de San Fernando. 


El monumento se encuentra en un solar de 22 metros cuadrados en un pedestal de piedra, sobre la cripta que alberga los restos de Joselito “el Gallo”, y otros familiares como su hermano Rafael, e Ignacio Sánchez Mejías.

El poeta y periodista malagueño Enrique López Alarcón (1881-1948) en su poema CANTO A SEVILLA EN LA MUERTE DE JOSELITO, lo recuerda así :

Ven, pasajero, dobla la rodilla,
que en la Semana Santa de Sevilla,
porque ha muerto José, este año estrena
lágrimas de verdad la Macarena.