Visitas

ANFITRIONAS. Crónicas y cronistas de salones. 1890-1930.

 


“ANFITRIONAS. Crónicas y cronistas de salones. 1890-1930”, es un nuevo libro que ha salido al mercado en septiembre de 2021, editado por TURNER PUBLICACIONES y que forma parte de su colección: Arte y Foto.

Un libro en el que he tenido el honor de participar y colaborar y que para el periodista de sociedad y autor del prólogo, Martín Bianchi Tasso es “reflejo de una época y de un modo de vivirla y contarla que ya no existen”.

Un libro que esconde un buen trabajo documental y una valiosa recopilación fotográfica, que nos sirve para conocer mejor una época en la que va a nacer y se va a desarrollar el género periodístico de la crónica social.

Su autora Marisol Donis está considerada una experta en crónica social del siglo XIX y de principios del XX de nuestro país. Y en este trabajo se repasan las crónicas y cronistas de salones de un tiempo, en el que las más significadas señoras de la aristocracia madrileña se aburrían tanto, que no paraban de organizar eventos en sus casas y palacios. Y si no tenían planes, se iban a cenar al Ritz o al Palace, cosa que hacían con mucha frecuencia.

Aristócratas anfitrionas, como las condesas de Montijo y de Campo Alange; las duquesas de Fernán Núñez, Denia, Santoña; las marquesas de la Torrecilla, de Squilache, de Argüelles; Mercedes Cejuela, Piedita Yturbe y muchas más, son las protagonistas de este libro. Y con ellas sus bodas, bailes, fiestas, tomas de almohada, cuadros vivos e incluso litigios.

Junto a ellas, los cronistas de sociedad, que llegaron a ser, en algunos casos, más relevantes que las propias anfitrionas. Cronistas de salones, creadores de una nueva forma de hacer periodismo, desde Bécquer hasta Juan Valera, pasando por Kasabal, Ramón Navarrete, el padre Coloma, Alfredo Escobar, Almagro Sanmartín o Montecristo.

Anfitrionas y cronistas llegaron a un acuerdo tácito en el que todos salían ganando: ellas mantenían su influencia, y ellos conseguían acceso a donde nunca habrían llegado, a la intimidad de la alta sociedad.

Pero ese pacto tuvo un precio. Las damas aristócratas tuvieron que renunciar a una parcela de su privacidad y los periodistas, también, a una parte de su objetividad.

En este mundo de apariencias e intereses, reconocemos a dos personajes de nuestro total interés: Juan Valera y Alcalá-Galiano, en la sección dedicada a: “Cronistas de sociedad” (pág. 140) y a Carmen Giménez Flores, Vizcondesa de Termens, en el capítulo titulado: “No todo era rosa” (pág. 292-295).

 

JUAN VALERA Y ALCALÁ-GALIANO

De Juan Valera, escritor y diplomático, escribe Marisol Donis, que pertenecía a ese grupo de escritores que “probaban fortuna con la crónica de salones para redondear unos ingresos insuficientes”.  “(…) Lo invitaban a todos los saraos y quiso sacar provecho. Tenía las ideas muy claras y sabía que lo de discreto no iba con él, que no podría vivir de ello. No tenía pelos en la lengua y cuando asistía a una gran fiesta, viera lo que viera, sentía la necesidad de contarlo. Admitía su falta de delicadeza a la hora de narrar sus experiencias en los salones de Madrid. Para evitarse problemas escribía en clave, solo que daba tantas pistas que muchos sabían a quién se refería, Debía ser el terror de las damas asistentes a una fiesta, porque comentaba los intentos de adulterio con tantos datos sobre la supuesta aprendiz de adúltera que todos los lectores de la crónica descubrían de quién se trataba.  Tampoco se contenía cuando alguna anfitriona que lo recibía en su casa y lo agasajaba como a los demás le parecía poco agraciada, y afirmaba que era fea pero muy rica. Además, se extendía en describir con pelos y señales los salones, sus muebles, los cortinajes y la vajilla…”.

En resumen, Valera nunca se sentiría cómodo en aquellos salones madrileños, llenos de superficialidad y apariencias; sin embargo, “admiraba a Ramón Navarrete –Asmodeo- y afirmaba que ansiaba seguir sus huellas, competir con él, pero era consciente de que no lo lograría jamás.”

 

CARMEN GIMÉNEZ FLORES, VIZCONDESA DE TERMENS

Marisol Donis, en el capítulo titulado: “Ruina por amor de un infante de España” escribe que el infante don Antonio de Orleans: “estaba casado con la infanta Eulalia de Borbón cuando en 1892 conoció a una joven criada en casa de unos amigos del infante. Se llamaba Carmen Jiménez Flores, y había nacido en Cabra en 1867. Pronto intimaron y viajaron a parís para no provocar un escándalo. En esa ciudad y como prueba de amor, el infante le regaló a la joven una mansión en la rue Sportini. Viendo lo fácil que era conseguir regalos de su amante, Carmen se volvió exigente y quiso más, pero en España, y en su tierra andaluza, para que todos viesen su ascenso económico. Recibió otro regalo: un palacete en Sanlúcar de Barrameda. Ahí es donde comenzaron a llamarle “la Infantona”. Siguieron los regalos entre ellos las fincas El Botánico y El Maestre. Ya no se conformaba con bienes inmuebles y reclamó joyas, obras de arte y dinero. Por ella, el infante vendió un cuadro de Goya y otro de El Greco.

Lo que no sabía Carmen Jiménez es que no era la única. El infante tenía otra amante en parís, a la que también cubría de joyas y mantenía como una reina. La infanta Eulalia, la legítima esposa, vivía como si fuera viuda.

Mientras, Carmen ya no sabía que pedir y se le ocurre que un mausoleo podría ser un magnífico regalo, pero cualquier cosa, solo lo mejor, grandioso, y el infante se lo encargó a Mariano Benlliure, que, finalizada la obra, cobró 200.000 pesetas de 1915.

Veinte años duró la relación. Y comenzaron los pleitos. La familia del infante no podía quedarse con los brazos cruzados mientras su patrimonio mermaba considerablemente. Por Real Decreto se lo incapacitó para administrar sus bienes y él huye a Italia para seguir disfrutando de lo que disponía. El primer pleito se conoció como el “Pleito del infante don Antonio de Orleans”. Se constituyó un consejo de familia encargado de velar por los bienes del infante incapacitado. Le siguió el llamado “Pleito del collar de Carlos V”, joya en poder de Carmen Jiménez, de enorme valor y que fue reintegrada a la familia Orleans Borbón a cambio de 700.000 francos.

A continuación, tuvo lugar el “Pleito del Botánico” con el fin de recuperar la finca del mismo nombre; tras un proceso complicado, también le fue devuelta a la familia.

Carmen Jiménez, murió rica y siendo vizcondesa de Térmens, título que fue un regalo del infante. Lo que no consiguió nunca fue el reconocimiento social. Pasó a la historia como -la Infantona-”.

En definitiva, como escribe la autora en sus conclusiones, estos personajes de otra época, estas mujeres, son irrepetibles y merecen ser recordadas.

Esa es la finalidad de este libro en el que aparece citada en su selección bibliográfica: GUZMÁN MORAL, Salvador (2010): “La Infantona, rival de la infanta Eulalia, Carmen Giménez, vizcondesa de Termens”, Madrid, Ediciones Áltera y en los créditos fotográficos por la cesión de fotografías.

Mi agradecimiento a Stéphany Onfray, documentalista de TURNER PUBLICACIONES, que contactó conmigo para hacer posible esta colaboración.