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El Ayuntamiento de Cabra propiciará la declaración de Bien de Interés Cultural (BIC) del Mausoleo de la Vizcondesa de Termens



El Ilmo. Ayuntamiento de Cabra suscribía a finales del pasado año 2017 un convenio de colaboración con la comunidad religiosa de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, que atesoran en la Fundación Termens una parte importante del legado artístico, histórico y cultural egabrense.


El convenio suscrito permitirá al público, durante los fines de semana, la visita como recurso turístico-cultural del Mausoleo de la Vizcondesa de Termens, Carmen Giménez Flores (1867-1938), obra del insigne escultor Mariano Benlliure;  así como iniciar el expediente que permitiría la catalogación de esta maravillosa obra de arte funerario como Bien de Interés Cultural (BIC) por parte de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía.

El convenio de colaboración fue firmado por la superiora de la congregación religiosa, Sor Emilia Arjona, y el alcalde de Cabra, Fernando Priego, que estuvieron acompañados por la admirable, Sor Pilar Pedrosa, y el concejal de cultura y patrimonio, José Luis Arrabal,  verdaderos artífices de este acuerdo.


A LOS 80 AÑOS DE SU MUERTE, CARMEN GIMÉNEZ FLORES, VIZCONDESA DE TERMENS (1867-1938).



Hace 80 años, a las nueve de la mañana del lunes 3 de enero de 1938, doña Carmen Giménez Flores, vizcondesa de Termens, moriría confortada con los Santos Sacramentos. En el Acta de su defunción fechada al día siguiente, ante Antonio González Carrera, Juez Municipal y Jesús de la Concha Moreno secretario del mismo, se procede a inscribir la defunción en los siguientes términos:

(...) Dª Carmen Jiménez Flores de setenta y dos años, natural de Cabra provincia de Córdoba, hija de D. José y de Dª Sierra, domiciliada en Cabra, calle Martín Belda,16, de profesión su casa y de estado: viuda de D. Luis Gómez Villavedón de cuyo matrimonio no deja hijos/ falleció en dicho domicilio el día de ayer a las nueve, a consecuencia de coma urémico según resulta de la certificación facultativa y reconocimiento practicado, y su cadáver habrá de recibir sepultura en el cementerio de esta Ciudad.[1]

Los últimos días los había pasado prácticamente en cama, no queríendo ver a nadie. Sola al cuidado del su médico y con la visitas periódicas de don Antonio Povedano, su confesor, y bajos los cuidados de su fiel sirvienta Juana Cañero, de sus sobrinas y de su ahijada, la joven Mimi, siempre atenta…

Después del obligado velatorio, el rector y cura propio de la Iglesia parroquial de la Asunción y Ángeles de la ciudad, mandó dar sepultura eclesiástica al cadáver.

Aquel cuatro de enero, era bastante frío. Las campanas anunciaban con su tañer lúgubre que aquella era misa de difunto. La comitiva llegó en buen orden a la parroquia a media mañana.  Era un entierro de primera categoría y general de las dos parroquias de la ciudad. Don Francisco de Paula Caballero, el oficiante, y el resto de sacerdotes, habían esperado a la difunta y todo su acompañamiento en la puerta del templo. El féretro fue colocado ante el altar mayor, sobre una mesa cubierta de negro, alrededor de la cual ardían seis cirios. Sobre la baranda del presbiterio se pusieron las banderas de las cofradías y asociaciones piadosas con corbatas negras. A la derecha del ataúd la bandera de la Virgen de la Sierra , también de luto, a pesar de su multitud de colores tan alegres en otros momentos. Delante del cadáver se instalaron las numerosas coronas de flores, con sus reveladoras fragancias a muerto.

En los primeros bancos se encontraban, el señor alcalde provisional y director del Instituto don Ángel Cruz Rueda y señora, y el resto de la corporación municipal; el comandante de la Guardia Civil, don Francisco López Pastor; el juez  don Antonio González Carrera y señora y, por supuesto, toda la familia y las monjas de la comunidad de las Hijas de San Vicente de Paúl que recibían los testimonios de pésame y sentimiento. En el resto de los bancos muchas mujeres arrodilladas o sentadas, de pie la mayoría de los hombres.

Terminado el ceremonial salió el cortejo fúnebre con dirección a la Fundación Escolar Termens, mientras las campanas repetían su triste sonar. Encabezaba la marcha la infantil Banda de las Escuelas del Ave María; junto a los estandartes y pendones de  las cofradías, después acólitos de sotana negra y roquete blanco con la cruz de las parroquias y a cada lado otros con ciriales. Tras ellos seguían los sacristanes y  otros acólitos con incensarios que dibujaban volutas de humo olientes a resina y a mirra. A continuación el lujoso ataúd que encerraba el cuerpo difunto que fue sacado de la iglesia a hombros de servidores de su casa y personas que se disputaban el honor de portar sus restos mortales. Sobre el ataúd cubierto con la bandera de la Virgen de la Sierra, pendían cuatro lazos negros que llevaban los señores don José Amo Santiago, don Manuel Mora y Aguilar, don Santiago Garrigó Mompol y don Antonio Prieto Mendoza; los señores don Rafael Moreno la Hoz y don Juan Cruz Vílchez eran los  portadores de las llaves del panteón.

Tras el féretro iban cinco sacerdotes cubiertos con capa negra,  musitando las oraciones pertinentes y detrás las numerosas coronas que habían enviado el Ayuntamiento, asociaciones y personalidades. Seguidamente un numeroso grupo de personas acompañantes, entre ellas más de doscientos pobres de la ciudad y una veintena de ancianos del asilo, a cada uno de los cuales se les había dado por asistir una peseta, un pan y una vela que traían encendida desde la iglesia. Y después el duelo, con la presencia de hermanos mayores de las cofradías, familiares y autoridades, con el Alcalde, Juez de Instrucción, Párroco de la Asunción, Comandante del puesto de la Guardia Civil, Fiscal Municipal y el Registrador de la propiedad. Cerrando la marcha la Banda Municipal de Música.

El fúnebre cortejo caminaba en un impresionante silencio, al llegar a la artística verja de la Fundación Termens, muchos levantaron sus ojos buscando la mirada del Sagrado Corazón de piedra que corona la columna situada en la fachada principal y que no estaba. La efigie de piedra que tallara el escultor granadino Navas Parejo, se había desmontado de su emplazamiento por causa de la guerra. Y aún sin Él, se rezó un sentido responso. Señor, ten piedad, Cristo, ten piedad, Señor, ten piedad ... Después la procesión fúnebre se volvió hasta alcanzar el principio de la cuesta que llaman del Garrote en el camino de Rute, y bajar cruzando el río hacía el cementerio de San José.

Al llegar al Campo Santo la dolorida muchedumbre aguardaba el féretro que fue depositado en la capilla del bellísimo mausoleo levantado por Benlliure, allí se le cantó la Vigilia de difuntos y otro responso. Al finalizar la ceremonia dificultosa de colocación del ataúd en la fosa, los acompañantes se despidieron de los doloridos, en especial de don Manuel Megías Rueda y de don José Tavira Giménez. Y las llaves de la capilla les serían entregadas a sor Emerita, la Madre Superiora de las monjas de san Vicente de Paúl, profesoras del Colegio de Termens.

Aunque Carmen Giménez había ordenado en su testamento que a su muerte su cuerpo, vestido con el hábito de la Orden del Carmen, fuera enterrado en el sarcófago de su mausoleo de Cabra, trasladado años antes desde el cementerio municipal hasta la capilla del grupo escolar Termens; sin embargo, está circunstancia no se cumplió. Para que sus restos descansaran en su magnífico monumento marmóreo, contaba con el permiso concedido por el mismo Papa y por el obispo de Córdoba, pero la normativa a este respecto era clara “No se permitirán por ningún motivo, sepultar cadáveres en las Iglesias o Conventos, ni en panteones, dentro ni fuera del poblado” [2].

Su deseo final se cumpliría seis años más tarde.

El día 5 de enero, el periódico egabrense El Popular  le dedicaría un sentido y completo artículo titulado “Letras de Lutos” dedicado a su memoria y al reconocimiento de su obra:

(...) la Vizcondesa de Termens que fue dueña de una gran fortuna, la invirtió, en su mayor parte en obras religiosas, de caridad y de cultura de dimensiones tan altas, que hasta ahora quizás hasta ahora, ninguno las veamos y comprendamos pero al pasar de los años, no sólo se alcanzará en todo su mérito, sino también en toda su gratitud que debemos a quien tanto hizo por Cabra y por los humildes”[3].

Verdaderamente las dimensiones de su legado, se podría cifrar en cantidades que hoy serían multimillonarias y cuya importancia estriba en que, sin duda, han contribuido al desarrollo de la educación, de la asistencia social y, también de forma espléndida al patrimonio histórico-artístico egabrense.

Y a pesar de su muerte continuaría su leyenda, la hija del zapatero que se convirtió en noble,  su vida  junto a un principe, Infantona en Sanlúcar, Madrid, París, Bolonia, Estocolmo y Londres,  sus sueños de grandeza, ruptura y disputas con la familia Orleans, secretos de familia, misterios por resolver…  capítulos de la trayectoria vital de un personaje singular que de una u otra forma también es parte de la historia de España, de esa otra historia que no es oficial, de su intrahistoria si se quiere, que tiene que ver más con los sentimientos y las pasiones que, al fin y al cabo, son los que mueven el mundo...




[1]Archivo Registro Civil de Cabra. Acta de Defunción, Núm. 226 de la pág 112, tomo 83, Sección 3ª. (R. C. C. )

[2] Art. 5º de Reglamento del Cementerio Municipal de la Ciudad de Cabra (1939). (AMC)

[3] El Popular (Cabra) 5 /1/ 1938.