Hace 80 años, a las
nueve de la mañana del lunes 3 de enero de 1938, doña Carmen Giménez Flores,
vizcondesa de Termens, moriría confortada con los Santos Sacramentos. En el
Acta de su defunción fechada al día siguiente, ante Antonio González Carrera,
Juez Municipal y Jesús de la Concha Moreno secretario del mismo, se procede a
inscribir la defunción en los siguientes términos:
(...) Dª Carmen Jiménez Flores de setenta y dos años, natural de Cabra provincia de
Córdoba, hija de D. José y de Dª Sierra, domiciliada en Cabra, calle Martín
Belda,16, de profesión su casa y de estado: viuda de D. Luis Gómez Villavedón
de cuyo matrimonio no deja hijos/ falleció en dicho domicilio el día de ayer a
las nueve, a consecuencia de coma urémico según resulta de la certificación
facultativa y reconocimiento practicado, y su cadáver habrá de recibir
sepultura en el cementerio de esta Ciudad. [1]
Los
últimos días los había pasado prácticamente en cama, no queríendo ver a nadie.
Sola al cuidado del su médico y con la visitas periódicas de don Antonio
Povedano, su confesor, y bajos los cuidados de su fiel sirvienta Juana Cañero,
de sus sobrinas y de su ahijada, la joven Mimi, siempre atenta…
Después del obligado
velatorio, el rector y cura propio de la Iglesia parroquial de la Asunción y
Ángeles de la ciudad, mandó dar sepultura eclesiástica al cadáver.
Aquel cuatro de
enero, era bastante frío. Las
campanas anunciaban con su tañer lúgubre que aquella era misa de difunto. La
comitiva llegó en buen orden a la parroquia a media mañana. Era un entierro de primera categoría y general de las dos parroquias de la ciudad. Don Francisco de
Paula Caballero, el oficiante, y el resto de sacerdotes, habían esperado a la difunta y todo su acompañamiento en la puerta
del templo. El féretro fue colocado ante el altar mayor, sobre una mesa
cubierta de negro, alrededor de la cual ardían seis cirios. Sobre la baranda del
presbiterio se pusieron las banderas de las cofradías y asociaciones piadosas
con corbatas negras. A la derecha del ataúd la bandera de la Virgen de la
Sierra , también de luto, a pesar de su multitud de colores tan alegres en
otros momentos. Delante del cadáver se instalaron las numerosas coronas de
flores, con sus reveladoras fragancias a muerto.
En los primeros bancos se encontraban, el señor alcalde
provisional y director del Instituto don Ángel Cruz Rueda y señora, y el resto
de la corporación municipal; el comandante de la Guardia Civil, don Francisco
López Pastor; el juez don Antonio
González Carrera y señora y, por supuesto, toda la familia y las monjas de la
comunidad de las Hijas de San Vicente de Paúl que recibían los testimonios de
pésame y sentimiento. En el resto de los bancos muchas mujeres arrodilladas o
sentadas, de pie la mayoría de los hombres.
Terminado el ceremonial salió el cortejo fúnebre con
dirección a la Fundación Escolar Termens, mientras las campanas repetían su
triste sonar. Encabezaba la marcha la infantil Banda de las Escuelas del Ave María; junto a los estandartes y pendones de las cofradías, después acólitos de sotana
negra y roquete blanco con la cruz de las parroquias y a cada lado otros con
ciriales. Tras ellos seguían los sacristanes y
otros acólitos con incensarios que dibujaban volutas de humo olientes a
resina y a mirra. A continuación el lujoso ataúd que
encerraba el cuerpo difunto que
fue sacado de la iglesia a hombros de servidores de su casa y personas que se
disputaban el honor de portar sus restos mortales. Sobre el ataúd cubierto con
la bandera de la Virgen de la Sierra, pendían
cuatro lazos negros que llevaban los señores don José Amo Santiago, don Manuel
Mora y Aguilar, don Santiago Garrigó Mompol y don Antonio Prieto Mendoza; los señores
don Rafael Moreno la Hoz y don Juan Cruz Vílchez eran los
portadores de las llaves del panteón.
Tras el féretro iban cinco sacerdotes cubiertos con capa
negra, musitando las oraciones
pertinentes y detrás las numerosas coronas que habían enviado el Ayuntamiento,
asociaciones y personalidades. Seguidamente un numeroso grupo de personas
acompañantes, entre ellas más de doscientos
pobres de la ciudad y una veintena de ancianos del asilo, a cada uno de los
cuales se les había dado por asistir una peseta, un pan y una vela que traían
encendida desde la iglesia. Y después el duelo, con la presencia de hermanos mayores
de las cofradías, familiares y autoridades, con el Alcalde, Juez de
Instrucción, Párroco de la Asunción, Comandante del puesto de la Guardia Civil,
Fiscal Municipal y el Registrador de la propiedad. Cerrando la marcha la Banda
Municipal de Música.
El fúnebre cortejo caminaba en un impresionante silencio, al llegar a la
artística verja de la Fundación Termens, muchos levantaron sus ojos buscando la
mirada del Sagrado Corazón de piedra que corona la columna situada en la
fachada principal y que no estaba. La efigie de piedra que tallara el escultor
granadino Navas Parejo, se había desmontado de su emplazamiento por causa de la
guerra. Y aún sin Él, se rezó un sentido responso. Señor, ten piedad, Cristo, ten
piedad, Señor, ten piedad ... Después la
procesión fúnebre se volvió hasta alcanzar el principio de la cuesta que llaman
del Garrote en el camino de Rute, y bajar cruzando el río hacía
el cementerio de San José.
Al llegar al Campo Santo la
dolorida muchedumbre aguardaba el féretro que fue depositado en la capilla del
bellísimo mausoleo levantado por Benlliure, allí se le cantó la Vigilia de
difuntos y otro responso. Al finalizar la ceremonia dificultosa de colocación
del ataúd en la fosa, los acompañantes se despidieron de los doloridos, en
especial de don Manuel Megías Rueda y de don José Tavira Giménez. Y las llaves
de la capilla les serían entregadas a sor Emerita, la Madre Superiora de las
monjas de san Vicente de Paúl, profesoras del Colegio de Termens.
Aunque
Carmen Giménez había ordenado en su testamento que a su muerte su cuerpo,
vestido con el hábito de la Orden del Carmen, fuera enterrado en el sarcófago
de su mausoleo de Cabra, trasladado años antes desde
el cementerio municipal hasta la capilla del grupo escolar Termens; sin embargo, está circunstancia no se
cumplió. Para que sus restos descansaran en su magnífico
monumento marmóreo, contaba
con el permiso concedido por el mismo Papa y por el obispo de
Córdoba, pero la normativa a este respecto era clara “No se permitirán por
ningún motivo, sepultar cadáveres en las Iglesias o Conventos, ni en panteones,
dentro ni fuera del poblado” [2].
Su deseo final se cumpliría seis
años más tarde.
El día 5 de enero, el periódico egabrense El
Popular le dedicaría un sentido y
completo artículo titulado “Letras de Lutos” dedicado a su memoria y al
reconocimiento de su obra:
(...) la Vizcondesa
de Termens que fue dueña de una gran fortuna,
la invirtió, en su mayor parte en obras religiosas, de caridad y de cultura de
dimensiones tan altas, que hasta ahora quizás hasta ahora, ninguno las veamos y
comprendamos pero al pasar de los años, no sólo se alcanzará en todo su mérito,
sino también en toda su gratitud que debemos a quien tanto hizo por Cabra y por
los humildes”[3].
Verdaderamente
las dimensiones de su legado, se podría cifrar en cantidades que hoy serían
multimillonarias y cuya importancia estriba en que, sin duda, han contribuido
al desarrollo de la educación, de la asistencia social y, también de forma
espléndida al patrimonio histórico-artístico egabrense.
Y a pesar de su muerte continuaría su leyenda, la
hija del zapatero que se convirtió en noble,
su vida junto a un principe,
Infantona en Sanlúcar, Madrid, París, Bolonia, Estocolmo y Londres, sus sueños de grandeza, ruptura y disputas
con la familia Orleans, secretos de familia, misterios por resolver… capítulos de la trayectoria vital de un
personaje singular que de una u otra forma también es parte de la historia de
España, de esa otra historia que no es oficial, de su intrahistoria si se
quiere, que tiene que ver más con los sentimientos y las pasiones que, al fin y
al cabo, son los que mueven el mundo...
[1]Archivo Registro Civil de Cabra. Acta de Defunción, Núm. 226 de la pág 112, tomo 83, Sección 3ª. (R. C. C. )
[2] Art. 5º de Reglamento del Cementerio Municipal de la Ciudad de Cabra (1939). (AMC)
[3] El Popular (Cabra) 5 /1/ 1938.