Luis II de Baviera, ha pasado a la historia por sus
excentricidades, que fueron llevadas al cine por Luchino Visconti y
por la construcción delirante de castillos, que sirvieron de inspiración al
mismísimo Walt Disney.
Luis Otón Federico
Guillermo de Baviera,
nacería un 25 de agosto de 1845 en Múnich, hijo del rey Maximiliano II
de Baviera y de María de Prusia.
De una esmerada educación en la
que tuvieron una especial importancia las enseñanzas artísticas, con tan
sólo 19 años subiría al trono.
Por su extraña personalidad, Luis
II se ganaría el apelativo del “Rey loco”. Y es que en su deseo de
mantenerse alejado de la realidad mundana que le rodeaba, se refugió en la
búsqueda obsesiva de la belleza. Un sueño al alcance de su mano cuando
descubriera en 1861, a Richard Wagner y su extraordinario
universo musical.
Convertido en el mecenas del
músico alemán y su principal admirador, cuando el monarca se vio obligado a
desterrar a Wagner, bajo las acusaciones de interferencias en política, su
único consuelo fue construir un mundo imaginario de castillos de hadas.
Arruinado tras la creación de
palacios imposibles, el monarca pasó sus últimos años recluido en el precioso
Castillo de Neuschwanstein, hasta que sus familiares y las
instancias políticas bávaras decidieron destituirle en 1886, lo que le llevaría
inmediatamente al suicidio.
El entusiasmo romántico y el
ímpetu artístico de Luis II, no conocieron límites.
En sus obsesiones, llegó a
interesarse por el misterio de la nota “la”, única nota musical que el
diapasón, en aquella época, no conseguía emitir con nitidez.
Musicalmente, la nota “la”
es usada como referencia de altura para las otras notas en una orquesta. Pero
esta altura ha ido variando a lo largo del tiempo; hasta la mitad del siglo XX
cada país adoptaba una frecuencia de diapasón diferente de la nota “la”.
Conocedor de estas
circunstancias, el rey de Baviera, con la ayuda de ingenieros y músicos,
consiguió diseñar una mesa de mármol rojo con masa y forma perfectamente
estudiadas, que al ser golpeada emitía, con sorprendente claridad y precisión,
la nota “la”.
Con ocasión del enlace real
celebrado en Madrid el 23 de enero de 1878, entre Alfonso XII y María
de las Mercedes de Orleans, como regalo a la boda más romántica del siglo,
el rey Luis II de Baviera, mandaría a Sevilla una de las seis mesas que se
fabricaron con esta sorprendente propiedad musical.
Desde aquellos días, la hermosa y
enigmática mesa permanecería en el legendario y sevillano Palacio de
San Telmo. El palacio maldito de los Montpensier, que define el
escritor y periodista Paco Robles, como el lugar donde los duques
sufrieron la condenación que les acompañaría toda su vida. Cuando Sevilla era
una "Corte Chica", desde donde don Antonio de
Orleans conspiraba contra su cuñada, la reina Isabel II y
competía con los protocolos de su villa y corte.
Después, durante años, esa
misteriosa mesa serviría para afinar el órgano de la Catedral de
Sevilla; así lo haría, desde 1940, el canónigo organista, Ángel Urcelay y
otros músicos hispalenses, que tuvieron un especial aprecio por aquel
misterioso mueble.
Fueron muchos los expertos que
peregrinaron hasta Sevilla y llamaron a las puertas del palacio, convertido
en Seminario Mayor de San Telmo, para conocer aquel extraño
objeto.
Una mesa marmórea y musical, que
como escribía en las páginas de ABC, Francisco Rubiales, fue
reclamada en los años previos de la Expo del 92, por algunos
sevillanos con escrúpulos artísticos y conciencia ciudadana, que se
dirigieron a las autoridades para dar la voz de alerta ante la situación
lamentable en la que debería estar aquella obra perdida en la vieja mansión,
que se reconvertiría en sede principesca de la Presidencia de la Junta
de Andalucía.
El objetivo, no era sólo
evitar que aquella enigmática mesa quedara dañada de manera irreversible por
el estado ruinoso en que entonces estaba convertido el palacio, sino algo
más ambicioso y noble, de rescatarla, de reconocerle su valor histórico-artístico.
Como me recordaba hace poco mi
buen amigo Antonio Petit Gancedo, pronto se cumplirán 140 años de
que llegara a Sevilla la curiosa mesa del “la”, regalo de boda de un
rey loco, ... y nada se sabe, hoy, de aquel mueble romántico y maravilloso.