El mausoleo original de Benlliure para la
Vizcondesa de Termens se localizaba en el Cementerio Municipal de San José en
Cabra (Córdoba).
Anteriormente la
ciudad de Cabra poseía un cementerio antiguo, que ocupaba en el barrio de la
Villa, el espacio que quedaba entre otro cementerio parroquial dedicado a los
sacerdotes y el convento de Capuchinos. Consistía en un espacioso salón, cuyo
pavimento, formado de lozas cubrían otras tantas bóvedas profundas. Allí se
depositaban todos los cadáveres de la población, sin distinción de clases, pues
las personas que querían mejor sepultura, las tenían en las capillas o bóvedas
comunes de los templos, previo pago del derecho a través de cuota o limosna,
hasta 1771 que se ordenó sirviera para todos sin pago alguno [1].
Serían las Reales Cédulas publicadas en el
reinado de Carlos III las que promueven la construcción de nuevos cementerios,
estas leyes tienen entre otros objetivos generales el restablecer el uso de
cementerios ventilados para sepultar en mejores condiciones los cadáveres. Por
lo que respecta a la provincia de Córdoba, la causa inmediata a la hora de
poner en marcha este proceso sería las epidemias de fiebre amarilla y cólera,
aunque sin descartar las quejas de los feligreses por el olor insoportable de
las iglesias; ya en 1709 el duque de Medinaceli ordenaba en la vecina localidad
de Montilla que durante un año se enterrase en las ermitas de esa ciudad para
descongestionar la parroquia que tenía su capacidad al límite. Cronológicamente
el periodo de construcción de estos cementerios en el ámbito cordobés
arrancaría en 1787 y llega aproximadamente hasta 1833 [2].
Es fácil deducir los graves problemas
higiénicos que plantearía el cementerio viejo egabrense, situado en el centro
principal de la población y como local cubierto. El cólera de 1834, que hizo
verdaderos estragos en la ciudad, obligó a que en 1835, se comenzara la
construcción de otro cementerio eclesiástico, en la zona oriental del mismo
barrio de la Villa a sitio conocido como "los corralones de la Villa
Vieja" [3].
Se construiría como se indicaba en las
normas ilustradas de la época, en recinto rectangular, con tapia a manera de
cerca, puerta principal y frente a ella
una capilla central, en este caso dedicada a San Miguel, galerías o depósitos
de nichos y enterramientos en el suelo. De éstos últimos destacaban los
panteones de grandes personalidades egabrenses del siglo XIX, el de don Martín
Belda, primer marqués de Cabra, y el de los hermanos don Francisco y don Juan
Ulloa y Valera.
En el año 1884, siendo alcalde de Cabra don
Francisco Moreno Blancas, se proyectó la construcción de otro camposanto
todavía más amplio, debido a que el aumento de la población hacía que no
bastase la capacidad del que acabamos de describir. Se nombró una comisión de
la que formaron parte varios concejales y además el coronel de Ingenieros don
Juan Álvarez de Sotomayor y el ayudante de caminos don José‚ Redondo Marqués.
Ante las discrepancias surgidas en la ponencia y la dimisión de algunos de sus
componentes, sería el proyecto de Redondo Marqués el que finalmente se
aprobaría.
El lugar elegido fue una haza de don
Joaquín Zejalbo "situada entre el Prado de los Caballos y los silos",
eran tres hectáreas y media de tierra fácil de remover. Se acordó elaborar el
proyecto y presupuestos, si bien al final se desestimó por ser "sumamente
húmedo", pensándose en unas hazas contiguas a la anterior [4].
Sería en los primeros años del siglo
XX cuando se culminaría su proyecto sobre las hazas del camino de Rute.
El acuerdo municipal para la compra de
estos terrenos y la ubicación definitiva del cementerio municipal en los
mismos, fue contestado por el arcipreste egabrense, don Antonio Pérez Mora.
Éste, en escrito dirigido al ayuntamiento, pidió que se volviese sobre el
asunto y que el nuevo cementerio se construyese con fondos de la Iglesia para
que el camposanto continuase siendo parroquial en lugar de municipal. En su
escrito indicaba que, en caso de no aceptarse su instancia, recurriría al
gobierno civil. Posteriormente la autoridades provinciales ratificaron la
decisión del ayuntamiento.
Las obras de construcción del actual
cementerio comenzarían el 1 de agosto de 1902 y quedó inaugurado el 1 de julio
de 1903 [5].
Mientras que en los grandes cementerios de
las capitales españolas, los monumentos funerarios de grandes personajes se
confunden en la fronda de los cientos de construcciones existentes, en los
cementerios locales este tipo de tumbas suelen destacar sobre todas las demás.
Además de la escala y tipología, un
elemento especialmente cualificado del monumento funerario es la situación que
ocupa el enterramiento dentro del trazado del cementerio. La ocupación de un
sitio relevante puede ir en función de ocupar: el centro geométrico, la
convergencia de la perspectiva en la avenida central, sobre un promontorio
elevado.
En el caso de los cementerios pequeños, el
trazado interior en planta suele ser simple, respecto a los modelos de grandes
ciudades, de complejo trazado en cuadrículas, con calles, plazas y un centro
principal ocupado, generalmente, por un templo. En el caso que nos ocupa, el
cementerio de Cabra, aún hoy, es recinto rectangular en el que destaca una
avenida principal, a cuyos márgenes se sitúan las sepulturas principales,
situándose el resto de los enterramientos bien adosados a los muros de cierre o
repartidos entre éstos y la calle central.
En el mausoleo de la Vizcondesa de Termens,
la búsqueda del efecto monumental y una posición destacada, se logra al elegir
un terreno situado en la avenida central. Localizada como la primera tumba
situada a la derecha una vez se traspasa la entrada principal, es un
panteón-capilla, que como silueta de la
muerte, acoge a todo un linaje familiar, el de la familia Giménez Flores,
agrupada en torno a su protagonista
principal.
En
marzo de 1908 se le encargan en Madrid a don Mariano Benlliure y Gil las
obras escultóricas y arquitectónicas de un panteón que la Vizcondesa de
Termens, doña Carmen Giménez Flores, quiso construir en el cementerio de San
José‚ de la ciudad de Cabra. Dicho compromiso quedó reflejado en un documento
privado firmado al efecto y del que por desgracia no conocemos los datos
concretos en que fuera redactado.
Los trabajos de terminación e instalación del
mausoleo durarían desde julio hasta noviembre de 1914, interviniendo distintos
operarios dirigidos por Manuel Arévalo [6],
arquitecto madrileño encargado de ejecutar la obra arquitectónica de este
mausoleo [7].
[1] ALBORNOZ Y PORTOCARRERO, N.,
"Historia de la Ciudad de Cabra". Edición Fascímil de la de 1909.
Decenario "El Egabrense". Cabra 1981. Pág. 229.
[2] GÓMEZ NAVARRO, S. "La
construcción de cementerios en la provincia de Córdoba, 1787-1883”. en “Una Arquitectura para la Muerte.”.
Actas del I Encuentro Internacional sobre los cementerios contemporáneos. Sevilla,
1993. Pág. 400.
[3] CALVO POYATO, J. y CASAS
SÁNCHEZ, J.L. "Cabra en el siglo XIX" . Ilmo Ayuntamiento de Cabra.
Cabra, 1984. Pág. 34
[4] CALVO POYATO, J. y CASAS
SÁNCHEZ, J.L. op. cit. Pág. 35.
[5] CALVO POYATO, J. y CASAS
SÁNCHEZ, J.L. op. cit. Pág. 50.
[6] "La Opinión”. núm. 120,
de 12 de julio de 1914.
[7] “La Opinión”, núm. 133, de
11 de octubre de 1914.