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MIRADA INFANTIL


A continuación, reproducimos el artículo titulado "Mirada infantil" de nuestro admirado y buen amigo José Luis Casas Sánchez, publicado el pasado 1 de noviembre de 2016 en el Diario CÓRDOBA en su sección semanal titulada ARS MEMORIAE. 

El arte de la memoria: Las imágenes que conservamos en nuestra memoria, se actualizan con la emoción del recuerdo, se conectan con la esfera de las ideas y nos explican quienes somos... 



Estos días llenos de rituales relacionados con los difuntos nos hacen pensar en las tradiciones, pero también nos permiten comprobar cómo la muerte ha dejado estar presente en la vida cotidiana, al menos de quienes nacimos y vivimos nuestra niñez en un pueblo, donde te acostumbrabas a ver velatorios en los domicilios que duraban toda la noche, convertidos en muchas ocasiones en un acto social de relevancia, a la vez que servían para ver a familiares con los que se había perdido el contacto. Los niños aprendíamos que nuestros juegos infantiles en la calle se debían paralizar al escuchar una campanilla que anunciaba la presencia de un sacerdote acompañado por el sacristán, o un monaguillo, porque era portador del viático, y eso quería decir que alguien agonizaba. Que falleciera una persona anciana nos parecía algo natural, y solo experimentábamos sensaciones en las que se mezclaban la tristeza y el miedo cuando quien moría era un niño de tu edad o el padre o la madre de alguno de tus compañeros.

No sé cuándo visité por primera vez el cementerio, pero sí puedo afirmar que a lo largo de mi etapa escolar la relación con un enterramiento, con un mausoleo, se convirtió en algo cotidiano. Hasta que con diez años ingresé en el Instituto, fui alumno de un centro escolar que una mujer había fundado en Cabra en torno a 1930. Se trata de la Fundación Escolar Termens, creada por Carmen Giménez Flores, vizcondesa de Termens. Esta señora también decidió construirse un mausoleo, que encargó a uno de los grandes escultores de comienzos del siglo XX, Mariano Benlliure. En un principio se instaló en el cementerio, con el fin de albergar los cuerpos de los padres de la vizcondesa y los suyos cuando llegase el momento. En 1931 el mausoleo, realizado en mármol de Carrara, fue desmontado y trasladado a la capilla del centro escolar, donde hoy se encuentra, y con él toda una serie de elementos escultóricos y decorativos que hacen de él una verdadera joya, como por ejemplo la verja diseñada por el arquitecto Enrique Daverio, que en el interior de la capilla sirve para separar el conjunto escultórico del resto de la edificación. De la historia de este monumento funerario, así como de la biografía (apasionante) de la vizcondesa se ha ocupado en varios trabajos mi buen amigo Salvador Guzmán, y a ellos remito a los interesados en conocer la historia de aquella egabrense tan singular.

Los niños del colegio íbamos con frecuencia a la capilla, pero sobre todo desde el momento en el que hacías la comunión tenías la obligación de confesar todas las semanas, y el confesionario se encontraba en la zona del mausoleo, de modo que en grupos de cinco acudíamos no sé muy bien a qué, pues a día de hoy me resulta incomprensible una religión que creara esa idea de culpa por tantas pequeñas cosas en niños que solo se ocupaban de sus juegos infantiles, y en consecuencia imagino que muchos, como yo hacía, se inventaran algunos «pecados» con el fin de pasar el trámite. Mientras esperábamos turno para confesar nos sentábamos a los pies del mausoleo (en teoría debíamos estar de rodillas), el cura que nos confesaba se limitaba a pedirnos que le dijéramos más pecados, pero como no era andaluz pronunciaba un «másss» que nos resultaba extraño, a veces incluso teníamos problemas para entender la penitencia que nos imponía, y que debíamos rezar junto a la verja mirando al altar de la capilla. Nunca nos hablaron de la muerte ni de quienes allí se encontraban enterrados. He vuelto mucha veces a visitar ese lugar, siempre que tengo visitantes en mi pueblo los llevo a que lo conozcan, y no puedo evitar que afloren los recuerdos de mi infancia: el frío del mármol, los juegos con los compañeros, los rezos, y pienso que eso es así porque todo está igual que cuando lo miraba el niño que fui. 

José Luis Casas Sánchez
Historiador


Comuniones en Termens. Años 60. 
Foto facilitada por Jose Antonio López Martínez