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El Infante D. Antonio


En 1919, el periodista Gómez Carrillo publica en ABC: “La vida parisiense. En el tren con el infante D. Antonio”, y con la cuidada prosa que le valió ser llamado "príncipe de los cronistas" describe un encuentro con el infante y donde retrata la personalidad de Antonio de Orleáns y Borbón:
“(...) Su rostro a la vez risueño y altivo, iluminado por dos hermosos ojos muy pálidos, tenían algo de muy doloroso, de muy amargo. Su traje era tan sencillo, que a no ser por la roseta roja que adornaba la solapa de su americana, nada habría indicado en él a un hombre de clase superior.”
En el artículo se reproduce la conversación mantenida entre el periodista y el infante, y cuando hablan de las ideas democráticas de la nobleza, don Antonio afirma:
- Yo soy demócrata de corazón, demócrata de mi vida.
Hubo un corto silencio, durante el cual los labios del príncipe se crisparon.
Luego, con voz sorda, agregó.
- Si yo no fuera tan demócrata, no me habría pasado nada de lo que me ha pasado.
- En seguida otro silencio más largo, mucho más largo, uno de esos silencios que parecen definitivos, y durante los cuales hasta la expresión del rostro diríase que calla, de tal modo permanece extraño a lo que le rodea.
(...) Pero no sé por qué, aquel hombre (...) se me antojaba sincero en su amor de igualdad social Era tan familiar, tan suave, tan modesto. Además se veía que llevaba hondas penas en el alma...
(...) Lo cierto es que durante la cena, y después de la cena, en las largas horas de la velada del tren me habló con ingenua melancolía de lo que había sido su existencia de eterno explotado, eterno engañado...
En otro momento confiesa:
- Yo no creo en el rango. He visto cosas...
No nada de rango. Lo que me interesa es vivir mi vida, a mi manera, rodeado de obras bellas entre artistas...

Después de una azarosa vida, su últimos años los pasó en su confinamiento parisino de Neuilly-Sur Seine en las afueras de París, donde fruto de una penosa enfermedad la muerte le sobrevino el día de Nochebuena de 1930, prácticamente solo. Al no haber expresado el finado su interés por el lugar de su enterramiento se dispuso que, como le correspondía legalmente por su rango, su cuerpo fuera trasladado a España para recibir sepultura en el Monasterio de El Escorial. Hasta la llegada de su hijo Alfonso desde Madrid el cuerpo fue instalado en la iglesia española de la rue de la Pompe, en el barrio de Passy.Como el domingo no se podían celebrar funerales, su sepelio se ofició el lunes 29 de diciembre. Después de los solemnes funerales en su honor y la ceremonia de la entrega tradicional hecha por miembros de la compañía de Monteros de Espinosa de la Guardia Real a la comunidad agustina. El cuerpo encerrado en un sencillo ataúd cubierto de flores fue conducido y depositado en el recinto marmóreo del Pudridero de los Infantes, dónde sólo está permitida la entrada a los frailes agustinos del Monasterio de San Lorenzo.
Con motivo del fallecimiento del Infante la Corte vistió de luto durante dos meses, el primero riguroso y el segundo de alivio.